Tarde noche de un 12 de diciembre de un año cualquiera en Peñas de San Pedro.
Los habitantes del pueblo tienen preparadas sus “luminarias”, que serán consumidas por el fuego en el anochecer de este día, víspera de santa Lucía, abogada de la vista. Ya de mañana son muchas las gentes que salen al campo para traerse su haz de romeros o bojas para quemar en la “luminaria”
–hoguera– de la noche. Otros traen cargas de ramas de pino verde.
En plazas y calles van apareciendo las luminarias: montones de leña verde –“cuanto más humo salga, mejor”– sin que falten a veces maderas o muebles viejos que han de arder entre el jolgorio de los más jóvenes y las miradas complacientes de los mayores.
Se inicia el encendido de las hogueras al toque de campanas; familias y amigos se reunirán alrededor de su luminaria preferida, saludando con vítores a la Santa, y suplicando a la misma que les proteja la vista. Después de los primeros momentos, se impone la visita a otras “luminarias”.
Los más jóvenes y atrevidos demostrarán sus cualidades atléticas y su valor, saltando por encima de las hogueras entre el humo y las llamas. Algunos sufrirán ligeros chamuscones y todos sentirán el lagrimeo de sus ojos a causa de las bocanadas de humo al impulso del soplo del viento.
La fiesta continuará durante gran parte de la noche cuando ya consumidas las luminarias por la voracidad del fuego, sea el momento indicado de probar la zurra y el aguamiel. Las mujeres mayores jugarán la tradicional perejila, los hombres se juntarán para la partida de julepe mientras los más jóvenes bailarán hasta bien avanzada la noche, incluso hasta que los primeros albores de la Aurora indiquen la llegada del nuevo día.